La experiencia de ser niños es disfrutar de una hermosa pero inmadura etapa que no regresa. En ella, nuestro nivel de responsabilidad e inmadurez es bajo y prácticamente dependemos en todo de nuestros padres. La infancia es una temporada que deseariamos no terminara nunca, pero no podemos quedarnos siendo niños el resto de la vida.
Espiritualmente sucede lo mismo. Las personas se hacen adultas y envejecen en las iglesias, pero algunas no maduran. Su crecimiento espiritual se estancó. Se comportan y hacen los berrinches y pataletas típicos de un niño malcriado. ¡Necesitamos madurar mi querido lector! Aprender a ser decisivos, determinados e intencionales para poder crecer y dar fruto.
Escucha la voz del Señor, así como cuando El llamó a Mateo y a muchos de sus discípulos. Sus palabras fueron: ¡SÍGUEME! Ellos soltaron la herramienta de trabajo, se levantaron y siguieron el llamado del Señor. Todo discípulo sigue, imita, pregunta, obedece y se inspira en aquel a quien llama líder o mentor.
Todo el que inspira, necesita una fuente de inspiración y se llama JESUS. Si yo no lo siguiera a El, con todo y mis errores, le diría a mis discipulos que mejor no me siguieran. No tiene sentido guiar a alguien si tú no eres guiado. Un ciego no puede guiar a otro ciego. Alli está el correcto liderazgo. Busca comprometerte a obedecer y poner toda tu pasión y fuerza en seguir al Señor y caminar conforme a Su Palabra.
Hay personas cuya falta de compromiso las lleva a nunca hacer nada, solo dicen pero nunca ejecutan. Esto tiene que ver mucho con la falta de carácter. En el fondo de todo es inmadurez.
Renueva tu manera de pensar. Nuestra conducta la motiva aquello en lo que creemos. Por ello lo que crees debe estar bien cimentado y conforme a ello, así actuarás.
Seguir al Señor y decidir ser su discípulo es la más importante decisión que podemos tomar en la vida. Asume ese hermoso reto y no mires hacia atrás. Delante tuyo tienes a Jesús que te dice: No temas, ven a mi, haré cosas grandes contigo.
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Pr. José Ángel Castilla