
Ser humilde no tiene que ver con la apariencia física, forma de vestirnos o las palabras que utilizamos al hablar. Detrás de una suave voz o la ropa desgastada de alguien que puede «parecer» humilde, se esconde un león arrogante y orgulloso.
La humildad va asociada a reconocer quienes somos delante del Señor. Aceptar el error cometido y pedir perdón cuando le fallamos a El y a los demás, denota un corazón humillado y rendido. Quien se humilla, le espera la exaltación y el reconocimiento. El que nunca reconoce sus faltas, muestra su arrogancia y se hace mentiroso delante de Dios. A la altivez le espera el camino de la humillación.

La humildad es una virtud atribuida a quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones y debilidades y obra en consecuencia. Etimológicamente procede del latín humilĭtas, que a su vez proviene de la raíz humus, que significa tierra.
¿Eres o te pareces a alguien humilde?

A Dios no le importa que le muestres tus logros y lo que sabes. El prefiere que le digas que no tienes nada, pero lo necesitas, que eres un ignorante, pero deseas ser enseñable. Un corazón arrogante, orgulloso, endurecido y cauterizado por el pecado, contamina y vuelve improductiva la tierra.

Hoy en esta condición de aislamiento preventivo en casa, saliendo a lo mínimo necesario como ir a mercar o comprar medicamentos y luego regresar a trabajar o estar pendiente de la familia, necesitamos también orar, darle gracias a Dios y no perder el gozo y la paz.
Dios desea ver a sus hijos, humillados, dependientes y amantes de El, no desesperados leyendo malas noticias en twitter. Esta difícil situación mundial tiene tambaleando a empresarios, las bolsas de valores desplomadas, los cinco hombres más poderosos del mundo perdiendo millones de dólares.
La indolencia e intolerancia lleva a hombres a apedrear la vivienda de personas enfermas de corona virus y otros se vuelven locos buscando papel higiénico y antibacteriales en los supermercados. Esta situación o nos hace humillarnos verdaderamente y buscar de Dios, o sacará lo más horrible y pestilente del corazón: El orgullo y la avaricia. La realidad de un corazón independiente y lejano de su creador.
Dios desea sanar la tierra. Cuando devela el pecado del corazón, no lo hace para tu vergüenza, sino para tu restauración. Para cubrirte con su gracia y liberarte de toda culpa y condenación. La tierra será llena del conocimiento de la Gloria del Señor, así como las aguas cubren el mar. Humillate, reconoce y busca el rostro del Señor. El está listo para sanar tu tierra. Recuerda que El no ha terminado contigo.
Abrazo fraterno.
Pr. José Ángel Castilla