Soy pastor por un llamado santo que Dios me hizo hace 22 años. En el fondo de todo, soy un hijo de Dios y creo que lo segundo es más determinante que lo primero. Se es hijo y luego por gratitud se sirve a Dios. Así ha sido mi experiencia vivida con el Señor. Quizás otros al momento de su conversión experimentaron un llamado inmediato de servicio y entrega. Así no fue mi caso.

En tantos años de servir al Señor, he descubierto que HA VALIDO LA PENA dar para El: mí amor, mi servicio, mi juventud, mis sueños, mi todo. Una mañana de hace 2 años, mientras estaba en una camilla en la unidad de urgencias de una clínica, siendo tratado de una fuerte migraña, entró una llamada telefónica de alguien, que había tenido un accidente laboral en su espalda, por un mal movimiento realizado.

En medio de mi malestar, pude sentir las fuerzas de Dios para orar y declarar sanidad para esa persona. NO HAY NADA QUE NUESTRA ORACIÓN NO LOGRE. Recuerdo aún orar con esfuerzo pero a pesar de mi debilidad mi espíritu estaba fuerte. Al cabo de los días me enteré que esa persona ya estaba recuperada de su percance. Se que Dios obró en su sanidad.

En este pasaje vemos a un lisiado que no necesitaba más monedas como limosna, sino ser sanado. Pedro le dió de lo que tenía. ¿Qué tienes tu para dar frente a la necesidad de otros? A veces nos quejamos y se nos olvida que alguien puede estar en una condición peor que la nuestra.

Mi mayor riqueza no es un bien material, sino el amor de mi Padre eterno y el poder que me entrega la autoridad en su nombre para cambiar toda circunstancia con fé. Acércate como hijo siempre al Señor porque tienes identidad y busca servirle por gratitud como tu bandera. Recuerda que Dios no ha terminado contigo. Suscribete a este blog y recibirás notificación cada vez que suba una nueva entrada. Bendice a tus amigos y familiares reenviando el link de ésta reflexión.

Abrazo fuerte.

Pr. José Ángel Castilla